El mito de Hércules: por qué trabajar duro no te garantiza el éxito

trabajo duro y burnout

El mito de Hércules: por qué trabajar duro no te garantiza el éxito

Hijo: «el trabajo duro te llevará lejos…»

Desde niños hemos aceptado como un dogma que el éxito es una gratificación que llega como consecuencia del trabajo duro.  El sacrificio siempre precede a la victoria.

Como creía Auguste Rodin (padre de la escultura moderna y un temperamento obsesivo hasta el extremo) y como reza el refranero: “no hay atajo sin trabajo”.

Nuestros padres, nuestros maestros y la sociedad en general nos programaron para creerlo así. Y así lo hemos vivido siempre en nuestro día a día.  Los empleados más aplicados son los que permanecen más horas en la oficina.  Los niños más admirables en el colegio son los que no se despegan de sus deberes durante horas.

Si bien el trabajo duro es una condición deseable en el emprendedor, distintas evidencias apuntan a que puede no ser suficiente para alcanzar el éxito en tu carrera.

En el mundo empresarial las cosas no funcionan así

En diciembre de 2005 monté mi primera empresa.  Mi política de personal se reducía a una sola idea: contratar al mínimo número de empleados posible.  Pensaba que asumiendo muchas tareas, lograría minimizar mis costes de personal, disponiendo así de un fondo de maniobra mayor para asumir las inevitables pérdidas de los primeros meses.

Esto me llevó a convertirme en un hombre orquesta.  Un híbrido de camarero, cocinero, jefe de compras, manager de restaurante, responsable de marketing y de personal.  Trabajaba 12, 13, 14 horas al día. Cuando un año después el restaurante comenzó a llenarse, en lugar de reorientar mi jornada para dedicar más tiempo a planificar y menos a poner cafés, cobrar y cargar cajas, añadí a todas esas tareas una más: buscar financiación para abrir más restaurantes.

Lo conseguí en Enero de 2008.  Pero tampoco entonces cambié mi sistema de trabajo: en lugar de reforzar los cimientos, construí un piso más en lo alto de la casa y seguí corriendo y corriendo.

En aquel momento debí hacer algo bien sencillo pero que entonces me parecía un signo de debilidad: admitir que necesitaba ayuda y comenzar a buscarla.  Pero no lo hice.  Sin la mínima estructura para supervisar los tres locales, no tardé mucho en caer en la cuenta, presa del pánico, que era imposible llegar a todo.   Y en ese momento de zozobra, llegó la crisis del 2008.

El estándar de calidad que ofrecíamos no tardó en resentirse y muchos clientes dejaron de visitarnos. Debo decir que no me rendí: recordé lo que mis maestros y mis padres me habían dicho sobre el trabajo duro.  Y le eché todavía más horas.

Luché y luché hasta la extenuación. Día y noche. Renové la carta, puse en práctica todas las promociones imaginables, diseñé, imprimí y repartí folletos yo mismo en los aledaños de los restaurantes, apliqué descuentos, utilicé tarjetas de fidelización y envié e-mailings a los clientes con incentivos para que volviesen.

Todo este trabajo duro no sirvió absolutamente para nada.

Hasta que a comienzos de 2009, uno de los bancos se negó a renovar una línea de crédito y nos quedamos sin el escaso oxígeno que todavía nos quedaba.

El mito de Hércules

Al montar una empresa (sobre todo si se trata de tu primera vez), darás ese primer paso espoleado por una inmensa inyección de adrenalina.

La mayor parte de tus amigos y familiares elogiarán tu espíritu emprendedor y el hecho de que estés fabricando tu propio trabajo. Por el contrario, muy pocos mencionarán los posibles obstáculos en tu camino.

Yo mismo he experimentado esa energía efervescente de los primeros tiempos, que parece brotar de un manantial inagotable.  Esa sensación de que las riendas están en tu mano y, como Leo Di Caprio en la proa del Titanic, te sientes el rey del mundo.

En su libro “El mito del emprendedor”, Michael E. Gerber habla de “mito de Hércules” [1] para referirse a esta creencia tan arraigada en quien emprende por primera vez:  el trabajo duro me hará invencible.

Hércules es el héroe mitológico por excelencia, un hombre capaz de forjar su propio destino sin someterse a los designios de los dioses.  Cuando logra superar uno a uno sus conocidos doce trabajos, encargados por el rey Euristeo siguiendo los designios de la diosa Hera, e convierte en el mejor arquetipo de fuerza, coraje y resistencia.

Pero Hércules no nació dios, sino mortal.  Y los emprendedores también lo somos.

Una empresa no es un lugar donde trabajar

Gerber, que como consultor de negocio ha asesorado a cientos de empresas durante décadas, explica que los emprendedores noveles inician su actividad llenos de energía y buenos propósitos.  En muchos casos, sus planteamientos son correctos y atesoran todas las cualidades necesarias para llevar sus barcos a buen puerto.

Sin embargo, en cuanto su actividad arranca, se olvidan de ejercer como emprendedores para convertirse en técnicos: panaderos, mecánicos, fotógrafos, camareros… Deciden centrarse en sus respectivas disciplinas, pensando que realizar un trabajo técnico a destajo es todo lo que necesitan para triunfar.

Esto les priva de la perspectiva para dirigir la empresa desde arriba, lo cual implica controlar eficazmente:

  • Lo que compras, a quién lo compras y cómo lo compras.
  • Tus procesos: cómo están organizados y con qué recursos humanos.
  • Lo que vendes: tu oferta y a quién la diriges.

Los empresarios noveles no conocimos otra forma de hacer las cosas porque nos hicieron creer que no había alternativa: para superar las adversidades había que trabajar duro.  Punto.

Veamos a dónde nos conduce refugiarnos en una vorágine interminable de trabajo que no deberíamos asumir.

El síndrome de Burnout

El psicólogo Herbert Freudenberger[2] emprendió en los 70 un ambicioso estudio orientado a entender y tratar el estrés laboral y las patologías derivadas.  Concretamente, fue capaz de establecer una relación directa entre el agotamiento físico y mental con aquellas situaciones con fuertes demandas emocionales. Freudenberger bautizó a esta enfermedad como “síndrome de estar quemado por el trabajo» (SQT) o «síndrome de burnout«.

Su explicación médica es la siguiente: una situación de estrés prolongado provoca que el hipotálamo segregue la denominada hormona CRF que a su vez actúa sobre las glándulas suprarrenales, liberando masivamente corticoides que pasan de forma inmediata al torrente sanguíneo.  A la larga el enfermo suele experimentar deseos de aislarse socialmente, acompañados de ansiedad, irritabilidad, baja autoestima y falta de motivación y dificultades de concentración.  Y finalmente, fuertes sentimientos de frustración profesional y deseos de abandonar el trabajo.

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El gráfico muestra como la ilusión con la que iniciamos un proyecto empresarial alcanza su punto máximo  poco después de su arranque. Las divergencias entre nuestras previsiones y los resultados reales del negocio provocan que recordemos todas aquellas arengas sobre los frutos que reporta el trabajo duro.  Nuestra auto exigencia entra en juego y nos refugiamos en las tareas más técnicas, aquellas que nos hacen sentir seguros.  Lamentablemente, al seguir haciendo más de lo mismo, no logramos obtener resultados diferentes y la frustración se multiplica.

Durante un tiempo alternamos breves períodos de optimismo con otros de gran frustración.  Pero nuestra aversión al fracaso nos hace seguir adelante.  Como un hámster que corre y corre en su pequeña noria sin darse cuenta que tal esfuerzo no le llevará a ninguna parte.

Por fin, llega el momento en que el deseo de abandonar es más fuerte.

En mi caso libré mi propia batalla contra el burnout durante dos largos años.  Y la perdí.

Solo años más tarde comprendí mi gran error: estaba tan ocupado trabajando más y más, tan absorto en las mismas tareas que jamás me habían servido para enderezar mi negocio, que olvidé los objetivos que me habían llevado a montarlo.

Si quieres profundizar en mi historia, la conté hace unos meses en el congreso «Mentes Brillantes»:

La ley del rendimiento decreciente

Nacido en Londres en 1772, David Ricardo fue un economista británico de origen sefardí. Una de sus teorías más conocidas es la Ley del rendimiento decreciente.  Ricardo predijo que cuando se ha alcanzado una cierta escala de producción, introducir más medios (es decir, contratar más empleados o emplear más maquinaria), lejos de incrementar la productividad, puede provocar que ésta se desplome. El motivo es que nuestra eficiencia decae: una máquina más puede no ser el complemento adecuado para nuestra línea de producción.

Lo mismo sucede con nuestro rendimiento al frente de una empresa.  Todos tenemos un límite.  Un techo para nuestra productividad.  Un número máximo de horas al día durante las cuales podemos rendir a pleno pulmón.

Por encima de ese límite, el gasto adicional de dedicación y energía no revertirá positivamente en el negocio, sino que comenzará a actuar como un lastre para la empresa.  Y también, hay que decirlo, para nuestra vida personal.

Lo sé por experiencia: cargarte de trabajo te dará la falsa sensación de estar ocupado, tal vez de estar ganándote tu jornal.  Pero no equivale a dirigir eficazmente.

Trabajo duro… ¿y qué más?

Mi experiencia como empresario, en las duras y en las maduras, me dice que hay varias formas de vencer esa miopía simplista de pensar que el trabajo duro resolverá todos los problemas.

Flexibilidad, prioridades, foco.

Saludos a todos.

 

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[1] Gerber, Michael E. (2011).  El mito del emprendedor.  Barcelona: Paidós Empresa.

[2] Freundenberger, H (1974). Staff burnout. Journal of Social Issues; 30.

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